El problema de los jóvenes con el lenguaje

La pasada semana asistimos a la presentación del Diccionario SMS que ha elaborado la Asociación de Usuarios de Internet, en colaboración con Amena, Movistar, Vodafone, MSN y LLeida.net. Se trata de una iniciativa destinada a las celebraciones del Día de Internet, el próximo 25 del presente mes. El diccionario es una recopilación de los términos que se usan en los miles de mensajes de móviles o a través de Internet que los usuarios envían cada día.

Pero hay un objetivo más profundo y ulterior: definir los conceptos englobados y presentar el volumen a los filólogos de la Real Academia de la Lengua para que la obra tome carta de naturaleza en todos los ámbitos -educativo, académico, etc-.

No cabe duda de que la iniciativa, en sí, es acertada, o cuando menos inocua. Si cada minuto y medio se envían un millón de SMS en todo el planeta, asistimos a la creación de una lengua nueva, ecuménica, con sus propios registros, ahora cifrados en un sólo código. El diccionario no ha recibido, en general, más que parabienes, pero nosotros pensamos que detrás del asunto late algo grave y preocupante para cualquier sociedad: el olvido y desdén del lenguaje.

Porque hay millones de personas capaces de expresarse en lenguaje SMS cuando hace falta, o cuando quieren; sin embargo, conocen la gramática y la ortografía. Simplemente digamos que con el móvil o la Red cambian de idioma, como quien pasa de escribir en castellano a hacerlo en alemán.

Ignorancia

Pero hay otros millones de usuarios, los jóvenes -no todos, naturalmente. Pero sí un porcentaje lo suficientemente preocupante para justificar este artículo- que no saben hablar ni escribir correctamente. Que cometen faltas de ortografía sonrojantes, y en la universidad, aunque el mal llegue de mucho más atrás. Nos preguntamos cómo es posible que un alumno alcance los estudios superiores ignorando las reglas lingüísticas más básicas.

Las casi dos horas diarias que pasan los jóvenes escribiendo SMS o utilizando mensajería instantánea han dado lugar a frases más sencillas, errores ortográficos, ausencia de puntuación o un vocabulario más simple. Instrumentos de comunicación como el correo electrónico minusvaloran el cuidado del estilo para dar mayor protagonismo a la inmediatez.

Lo mismo sucede con los móviles, para muchos adolescentes verdaderas extensiones de sí mismos. Quitar preposiciones y artículos y acortar los vocablos permite gastar menos en los mensajes, pero el lenguaje pierde mucha expresividad. No parece de recibo que una lengua dependa del nivel económico de sus hablantes.

Divertido, pero ¿útil?

Por mucho que la RAE se haya mostrado inicialmente receptiva a la obra -si bien pálidamente-, pasarán muchos años probablemente antes de que se decida a concederle rango académico, cultural. Si se decide. Quiere esto decir que cuando dirijamos escritos a Hacienda, a nuestro banco, cuando rellenemos solicitudes de becas o cualquier tipo de formulario oficial, tendremos que continuar haciéndolo en román paladino. Nada digamos de los exámenes. Asistimos entonces a un diccionario desvirtualizado en el fondo, divertido todo lo más, pero en cualquier caso marginal.

No se trata, en fin, de rechazar frontalmente este trabajo. Una lengua es algo vivo, dinámico. Pertenece a quienes la hablan, y éstos pueden modificarla. Pero urge potenciar la formación lingüística de los más jóvenes porque en ello nos va el futuro.


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