Puede que aún nos quede una temporada para que un robot nos haga el desayuno, pero ya podemos pedirle a una máquina cómo queremos la hamburguesa.
Las grandes cadenas de tiendas llevan tiempo experimentando con cajeros electrónicos, en los que los clientes pasan sus propias compras por un lector y pagan con tarjeta. El resultado, como sabe cualquiera que haya pasado por ellas, es desigual, pero al parecer no muy decepcionante para las empresas.
Al menos, no para McDonalds, que ha comprado 7.000 pantallas táctiles para sus tiendas europeas. La idea es que los usuarios, cada vez más familiarizados con interfaces similares, hagan sus pedidos directamente a la máquina, mientras el personal humano se encarga de preparar y entregar la comida.
Además de ahorrar costes de personal y -en teoría- tiempo de los clientes, generalizar el sistema de puestos electrónicos ofrece a la compañía uno de los recursos más valorados del momento: datos. Datos, clasificados automáticamente, de qué se vende, dónde, cuándo y a qué ritmo.
Hablamos de una información que si se cruza con la información de la tarjeta con la que pagamos -o, en un futuro, el móvil- permite además añadir variables como el sexo o la edad de los clientes, convirtiendo el sistema de cobro en una fuente inagotable de información sobre los clientes. Esperemos que, al menos, sean capaces de mantenerlos seguros.
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