He vivido ya un sinfín de \”due dilligence\” y todos son un calvario. El vendedor quiere mostrar su mejor cara y el comprador descubrir si puede bajar la valoración encontrando \”puntos flacos\” y, para ello, normalmente, encarga el este trabajo a una auditora que, con poco tiempo y presupuesto controlado, tiene que dar su veredicto.
Lo lógico es que el auditor vea más fallos que potencial de negocio. A nadie le echan una bronca por poner pegas y todos ellos quieren quedar bien frente a su cliente y \”descubrir\” petróleo. En el ámbito de Internet es todavía más difícil porque las valoraciones se hacen en función de parámetros que, no siempre, tienen que ver con la cuenta de resultados o los márgenes como en negocios más tradicionales. Prima el crecimiento, el posicionamiento en el mercado y muchos otros aspectos que la auditoria no tiene, ni puede tener, en cuenta.
Al final es una función del recorrido que tenga la empresa, la química entre comprador y comprado y, sobre todo, la capacidad del primero de \”ver\” lo que le va a representar su compra en su propio entorno.
Es complejo porque se hace siempre bajo presión de tiempo y con recursos limitados. Al final es cosa de \”sentido común\”, explicar lo que no se entienda y ver como se cierra una etapa y se abre la siguiente.
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