Reconozcámoslo: poco sabíamos de Kazajstán hasta hace unas semanas. Como mucho, que es uno de esas repúblicas exsoviéticas situadas entre Rusia y Asia que nunca acertamos a ubicar en un mapa, con grandes reservas naturales y paisajes de interminables llanuras. A los lectores del Marca les sonará a una de esas marías que a veces le caen a la selección española de fútbol en la fase de clasificación de algún campeonato. Poco más.
Gracias a la película Borat hemos aprendido muchas cosas de Kazajstán: es un país donde se vitorea a los violadores por las calles, se convive con las vacas en el salón de las casas, se detesta a los judíos y los gitanos, los viudos celebran su liberación, la lucha libre y la música disco son los entretenimientos nacionales…
Pero resulta que Kazajstán es en realidad ligeramente diferente a como se presenta en Borat, un sorprendente éxito que arrasa en las taquillas de todo el mundo. ¿Cuánto cuesta borrar esta imagen de país semifeudal y cavernícola? Como mínimo, dos páginas completasde publicidad en la edición del sábado 9 de diciembre del diario El País, ilustradas con una foto que muestra la magnífica relación entre nuestro rey Juan Carlos y el presidente Nazarbayev.
Gracias a esta información podemos enterarnos de que Kazajstán, el noveno país del mundo por extensión geográfica, dispone de amplios recursos naturales, posee un saneado superávit exterior, crece a un ritmo del 10% anual y sus 15 millones de habitantes se reparten entre más de 130 etnias y 40 confesiones religiosas (entre los que, sin duda, algunos odiarán a los judíos y los gitanos).
¿Qué imagen de Kazajstán será la que quede en nuestro inconsciente?
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