Hay una categoría laboral que está muy en alza en las empresas: la de supervisor del correo electrónico del personal. Según un informe, el 63% de las compañías con mil o más trabajadores estudian la posibilidad de utilizar personal para que escudriñe el e-mail de los empleados. Algo que ya hace el 36,1% y que, en un futuro más o menos inmediato, realizará el 26,5%.
En las corporaciones que tienen más de 20.000 trabajadores, la monitorización del correo electrónico es todavía más común -el 40% lo hace y treinta y dos de cada cien lo harán-. Lógicamente, la principal preocupación es la bandeja de salida: que no se escapen por ella los secretos comerciales de la firma; o datos financieros; o las notas internas confidenciales…
La vigilancia dentro de la oficina se extiende también a otras herramientas de trabajo más clásicas, como el teléfono. Así, el 51% de los jefes controla el tiempo que el personal pasa colgado del aparato, y los números a los que llama. Un porcentaje nada despreciable, teniendo en cuenta que en 2001 era sólo del 9%. La mitad de las compañías usa el vídeo para pillar a sus empleados en hurtos u otras actitudes similares.
Naturalmente, los defensores de la privacidad están aterrados ante la especie de Gran Hermano en que, gracias a los innovadores programas y los avances tecnológicos para controlar al personal, puede convertirse la oficina del siglo XXI, donde hasta la silla o el escritorio nos observarán.
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