Espacios Virtuales de Aprendizaje: la dimensión cultural del eLearning

Lo que es bueno para unos, no es bueno para todos. En materia de los procesos cognitivos (enseñanza-aprendizaje) yo no creo en conceptos “universalmente válidos”. Creo en experiencias implicadas en sus propios contextos culturales y el flujo de esas experiencias sobre la creación de “nuevos saberes” y de “habilidades” para “hacer”.

El singular “moldeado territorial” de los procesos cognitivos produce un efecto que diluye cualquier intento de encuadrar, con un único enfoque, la dinámica entre quienes aprenden y quienes facilitan las experiencias para aprender.
Se está modificando tanto la forma en que los estudiantes aprenden, como la forma en que los maestros enseñan. Se crea y recrea un sistema de múltiples escenarios físicos y virtuales, sujeto a demandas socioeconómicas de “plasticidad de competencias” y de una actitud cada vez más proactiva hacia cambios constantes; los estudiantes son los principales responsables de su propio aprendizaje, mientras que el educador se transforma en el medio “facilitador” del proceso cognitivo.

El aprendizaje, ahora, no sólo se adquiere en un aula adentro de una “institución escolar”. Todos los ambientes, a los que pertenecemos los individuos, constituyen el entorno de nuestro aprendizaje.

El problema ahora no es “si aprendemos”, sino cuánto de lo que aprendemos se convierte en conocimiento, y cuánto de lo que conocemos lo sabemos transferir o aplicar, en el momento oportuno, a nuestra actuación. Otra cuestión: ¿qué sistema institucional es útil para mejorar el conocimiento?

El aprendizaje deja de ser una cuestión individual vinculada a las capacidades intelectuales de un individuo. Por el contrario, el aprendizaje debe ser considerado como un proceso social que involucra aspectos culturales como los valores, las experiencias, las visiones y/o las ambiciones de las organizaciones; también implica a las cuestiones físicas como los canales que vinculan a los actores, sus recursos y sistemas.

Las personas somos el fruto de una cultura. En este sentido, los procesos cognitivos implican la recreación —dentro del aula— de una atmósfera en la que el alumno aprende tal como la sociedad emprende.

Debemos mutar la visión clásica del aprendizaje que focaliza la instrucción como un proceso deductivo desde el maestro en la cresta al alumno en la base del conocimiento; en su lugar, un proceso inductivo en donde -desde el fondo del aula- el estudiante avanza articulando sus experiencias de aprendizaje con el contexto, orientado por facilitadores.

La cultura virtual

En un escenario caracterizado por organizaciones con límites más difusos entre sus respectivos sistemas internos de producción y de gestión con las otras organizaciones, con sus ambientes regionales y extraterritoriales: los procesos de aprendizaje son ubicuos (sin límites de tiempo, ni de lugar específico).

Hay que atender menos el predominio del «protagonismo» o la «autoría individual», reducir el énfasis en las capacidades autónomas para el trabajo personal, para destacar la importancia de colaboración entre “socios”, dinámicamente vinculados por “proyectos”.

El desafío del sistema educativo es revitalizar los valores emprendedores en una sociedad heterogénea, impactada por el formidable desarrollo tecnológico y económico —regionalmente desequilibrado, amplificado por la “popularización” de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información y una creciente diversidad cultural debido a la internacionalización de las actividades socioeconómicas.
Paradójicamente, estos mismos factores del desarrollo social, están creando condiciones adversas para la realización personal.

No se deben confundir, las facilidades que brindan las TICs con las habilidades y recursos necesarios para acceder a ellas y aprovecharlas eficazmente. Por otro lado, se debe considerar que si bien el mundo ofrece cada vez más oportunidades, éstas no se encuentran disponibles para todos los individuos debido a las diferencias de “poder” para lograr objetivos, acceso a los recursos y disponibilidad de conocimientos sobre «qué hacer» y «cómo hacerlo».

Esta paradójica disociación del desarrollo contemporáneo genera grandes tensiones que se manifiestan en un número creciente de personas con necesidades personales y profesionales insatisfechas.

Los programas educativos se han impregnado por la “cultura del empleo” lo que, como advierte el pedagogo brasileño Fernando Dolabela, provoca peligrosos prejuicios, tales como que “sin empleo, no hay de qué vivir dignamente”. La amenaza de “estar” o “poder llegar a estar” desempleado provoca la sensación que “falta el aire”, aún ante la gran cantidad de trabajo que hay por hacer.

Las personas, y nuestras instituciones, necesitamos identificar oportunidades y transformarlas en actividades económicas sustentables y personalmente gratificantes para suplir la “falta de empleo”.

Se ha comenzado a operar un gran cambio que todavía no es claramente percibido por la gente. Una de las manifestaciones más notorias de este cambio es comenzar a comprender que la “falta de empleo” no significa “falta de trabajo”, ni significa “falta de oportunidades”.

Sin embargo, la mayoría de los programas educativos en Hispanoamérica, todavía, no incluyen el estudio y la práctica sobre cómo detectar y aprovechar oportunidades. Seguimos aplicando programas de formación basados en el desarrollo de competencias de cuestionable calidad.

Este desequilibrio no se presenta solamente en la escuela. Tampoco los “currículos no-formales” de aprendizaje —como en la familia, el club y otras instituciones sociales— no se ocupan de tratar el desarrollo de habilidades para aprovechar oportunidades para transformarlas en factores de crecimiento social.

El énfasis continúa siendo puesto, en la mayoría de los casos, en contenidos científicos y tecnológicos, con la creencia que el emprendimiento de nuevas formas de “ocupación profesional” y el “aprovechamiento de oportunidades ocupacionales” cuando las personas son adultas, dependen de la instrucción recibida acerca de cómo gestionar una empresa, o ejercer una profesión, o un oficio.

¿Es posible otro modelo de educación?

La respuesta es sí.

Si adecuamos los procesos cognitivos a los contextos culturales.

Si producimos los cambios en los ambientes del aprendizaje, pertinentes a los cambios culturales.

Si creamos metodologías que faciliten el aprendizaje enfocado desde las necesidades de los alumnos.

Entonces, sí, los espacios virtuales de aprendizaje adquieren un valor tangible.


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