Cualquier amante de los gadgets ha tenido alguna vez esa sensación de nerviosismo que produce la compra del último cachivache del mercado. No hay nada como abrir la caja nueva, mirar el contenido y comenzar a trastear con él, aunque puede haber un inconveniente: el manual de instrucciones. En muchas ocasiones parece simplemente una mala traducción del original japonés, y en otras está redactado por y para expertos.
Por eso a veces los usuarios se sienten frustrados por no saber utilizar al máximo su equipo aunque, en el fondo, lo importante es que funcione. Si compramos una cámara digital lo que queremos es que haga fotografías (si puede ser, de cierta calidad) y el vídeo es simplemente un valor añadido poco utilizado. Si compramos una televisión queremos que se vean los canales (aunque tenga cien mil funciones más). Y si compramos un móvil, queremos que haga llamadas.
Aún así las compañías se empeñan en incluir multitud de funciones en los terminales para hacerlos más atractivos. Cualquier móvil hace llamadas correctamente, pero son esos servicios (ya sea la cámara, música, juegos, etc…) los que diferencian unos modelos de otros.
Sin embargo, y pese a que cada vez lanzan terminales más complejos, la mayor parte de la población solo utiliza su teléfono para llamar. Tan solo un 18% de los usuarios lo usa para mandar e-mails, acceder a Internet o descargar juegos. Eso sí, siempre vende más tener un móvil de última generación con dos mil opciones completamente inútiles.
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