Hace unos días, la poderosa CBS compraba la emisora online Last.fm por 280 millones de dólares, una operación que, probablemente, el resto de radios que emiten por Internet contemplaría con una mezcla de malsana envidia y soplo de esperanza para la supervivencia de la especie.
Porque a las radios online se les presenta un futuro más chungo que el de los pingüinos del Ártico, lastradas por las disparatadas licencias que protegen los derechos de autor y les obligan a pagar exorbitantes royalties, el intercambio de archivos en las redes P2P, o las complicaciones legales para emitir en unos países u otros. Una lástima para el usuario, que poco a poco se ve privado del placer de escuchar emisoras remotas y descubrir artistas nuevos.
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