Es indudable que allá donde irrumpe, la pornografía se convierte en negocio, y de los buenos. Después de \”colonizar\” la Red, el porno busca ahora nuevos canales por los que expandirse. ¿Y qué mejor que un instrumento de uso personal e intransferible, que el usuario lleva consigo a todas horas y que cada vez se parece más a un artefacto concebido para el ocio, antes que para la comunicación? Obviamente, hablamos del teléfono móvil, que la industria del “entretenimiento para adultos” parece haber colocado en el punto de mira para añadir a su extensa colección de conquistas, esa donde ya descansan el cine, la televisión, las revistas, los DVDs, Internet, sex shops, peep shows, etc.
De lo escuchado en el reciente Congreso de Contenido Móvil para Adultos, que reunió en Miami a los principales proveedores y operadores estadounidenses, cabe deducir que restan tres grandes obstáculos por salvar antes de que todo el mundo pueda colocar el striptease de una rubia despampanante como tono de llamada (al menos en EEUU, puesto que en otros países la cosa parece más avanzada): las reticencias de grupos conservadores y religiosos, el desarrollo de herramientas tecnológicas eficaces (fundamentalmente, para verificar la edad del comprador y establecer medios de pago fiables) y la desconfianza de las propias operadoras, encabezadas por Verizon, cuyo portavoz declaró no creer que sus clientes demanden este tipo de contenidos. ¿No? ¿Acaso no son los mismos que usan Internet, compran DVDs, leen revistas, ven la tele…? ¿Entonces? Mas
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