Cualquier profesional del diseño se habrá tenido que enfrentar alguna vez a las descabelladas peticiones de un cliente, al que siempre le parecerá más importante que su logo se vea bien grande y destacado a, por ejemplo, la correcta disposición de los contenidos. En esos casos, los diseñadores tienen dos opciones: tragar con las imposiciones (y pasar luego la correspondiente factura, claro), o renunciar con dignidad y elegancia… pero sin cobrar.
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