Teoría de la originalidad

El pasado domingo 22 de enero, el que esto suscribe se acercó al quiosco como cada mañana para comprar la prensa. El diario El País publicó ese día un reportaje sobre la Guardia del Vaticano; un contenido sin duda de elaboración propia y, por lo mismo, prácticamente imposible de encontrar en cualquier otro medio.

Bien pues, a las tres de la tarde, viendo el telediario de Antena 3 mientras comía, observé estupefacto cómo el presentador comenzaba a disertar sobre la Guardia vaticana con la cara y el tono de satisfacción del que se apresta a dar una exclusiva, como se conoce en el argot. Una información con sus correspondientes imágenes, indudablemente de archivo.

Altamente sospechoso, en definitiva; porque todos los medios coinciden en hablar del Estatut, el Real Madrid o Evo Morales. Pero es difícilmente creíble la casualidad en el tema que mencionamos. Eso sí, en ningún momento El País hizo pública mención alguna sobre el particular en los días sucesivos, algo que por otra parte honra al prestigioso periódico.

Venimos refiriéndonos al mundo offline. Centrémonos ahora en lo que ocurre en la Red. Como decíamos al comienzo, está plagada de información. Pero la característica más decisiva del periodismo online es su viveza, el llamado tiempo real. Algo que en definitiva convierte en una ardua tarea determinar quién fue el primero en encontrar tal cuestión, o aquella noticia, o ese estudio tan suculento.

Sin embargo, esto no debería resultar de mayor consideración. Salvando la transcripción literal de los teletipos de las agencias de noticias –practicada por todos los medios de forma absolutamente legítima, pues para eso están dichas agencias-, todo contenido sobre idéntico tema está tamizado por la propia labor del periodista; una cita de un autor ilustre aquí, un ejemplo histórico allá, una forma de expresarse culta, etc, servirán para diferenciar cada artículo porque éste será hijo de la cultura, del bagaje, de cada periodista, y por lo mismo más o menos brillante e impactante.

¿Las apariencias engañan?

Una de las características más aplaudidas de Internet es su factor iconoclasta. Es fama (y cierto en realidad) que los empleados de la Red son mayoritariamente jóvenes; que son coleguitas, desinteresados, idealistas y melenudos. Que abogan por compartir, por la libre distribución de contenidos. Pero ¿es esto cierto o solamente fachada?

Porque es de notar que cada día se producen más disputas en torno a la originalidad de las informaciones. Bien es verdad que no trascienden en demasía, pues que no hablamos de grandes conglomerados mediáticos sino de pymes en un 99,99% de los casos. Pero, para los que estamos en el ajo, la cuestión es candente, palpitante. Y altamente negativa; una riña de patio de vecindad absurda y desagradable que no contribuye en absoluto a potenciar la imagen del periodismo digital.

Al modo de los matrimonios que se las dan de modernos pero tratan de mantener atados al regazo a sus hijos/as hasta edades abultadas, aplicando su progresismo de salón solamente a los vástagos de los demás, muchas webs y medios informativos online verían incrementada de forma notable su cuenta de resultados si, en lugar de andar a la caza y captura de los que osan compartir sus inigualables exclusivas (como si la información disponible fuera de su propiedad, o no se pudiera acceder a la misma una vez que han hecho de ella), se preocuparan de contar con comunicadores capaces de transmitir las historias de forma personal e intransferible y no con becarios y redactores novatos.

En efecto, cuanto más pobrediablesco es el sitio en cuestión, más grande es el tamaño de su ombligo. Por ello, el panorama español de medios de comunicación en la Red (ignoramos o no conocemos en profundidad lo que acontece en otros países) debe realizar cuanto antes un esfuerzo de purificación y humildad para que los árboles no nos impidan ver el bosque.


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