De nada vale argumentar que \”no nos derrotarán\”, que \”no alterarán nuestros valores y nuestra vida\”, etc. Porque es mentira. En la guerra entre los terroristas y el mundo occidental, éstos se han anotado su primera -gran- victoria: el recorte de las garantías constitucionales en materia de libertad y privacidad. Europa se prepara para convertirse en un gigantesco Gran Hermano.
La semana pasada, los ministros de Justicia e Interior de la Unión Europea acordaron en sesión extraordinaria controlar los registros de las comunicaciones telefónicas y los mensajes a través de Internet. Bruselas considera que esta medida, que entrará en vigor en octubre, es clave para la lucha antiterrorista.
La cosa venía de unos meses atrás, pero el 7-J ha hecho que todo se acelere. La propuesta sobre retención de datos de comunicaciones telefónicas y electrónicas, en discusión desde hace más de un año en el Consejo de Ministros de la UE, se refiere únicamente a las informaciones relativas al usuario y el receptor, lugar de la conexión o aparato utilizado.
Retroceso histórico
Es decir, que en ningún caso contempla el contenido de las llamadas o de los correos electrónicos, para lo cual en la mayoría de los países se necesitaría una orden judicial. España está a favor de la medida, y no cree que se produzca atentado alguno contra las libertades de los ciudadanos. Alemania también la apoya. Pero lo cierto es que esta cirujía de hierro supondría algo insólito en Europa, nada digamos en Reino Unido, máximo garante continental del derecho a la intimidad y la libertad individual.
Porque es una verdad estadística que de casi todas las leyes se suelen derivar abusos, en mayor o menor medida. Por tanto, ¿quién nos garantiza que no se usarán nuestros datos para practicarnos investigaciones fiscales, personales, etc?
Además, dejando a un lado el hecho de que en la Red existen páginas que ayudan a borrar el rastro de la navegación, el control de las comunicaciones no representa mayor problema para los potenciales terroristas. Madrid, París, Nueva York, todas las grandes ciudades del planeta -y muchas otras más pequeñas- están plagadas de redes de Internet inalámbricas. Que no obligan a identificarse. Basta con conectarte con tu PC portátil para que toda investigación de las fuerzas de seguridad se pierda en el centro de una urbe.
Hablemos ahora del coste económico; si las empresas de la Red se ven forzadas a guardar durante un largo período de tiempo los registros de las comunicaciones de los usuarios, tendrían que desembolsar mucho dinero. La ingente cantidad de datos deja en una nimiedad el gasto que supondría para, por ejemplo, las compañías telefónicas.
Inimaginable
Pero no importa; en tratándose de Internet, todo vale. Veamos algunos casos equivalentes a lo que venimos diciendo en el mundo real, por llamarlo así: cobradores del frac pegados a nuestros traseros para apuntar con quién hablamos; exhaustivos controles en Correos sobre a quién escribimos y de quién nos llegan cartas; registros de los diarios que compra y lee cada ciudadano. Nadie se puede imaginar semejantes escenarios sin escandalizarse.
Creemos que es muy fácil hablar a toro pasado; los terroristas del 11-S levantaron varias sospechas cuando tomaron clases de vuelo, sí, pero ¿quién iba a imaginar lo que se disponían a hacer? Los atentados terroristas son inevitables. No es posible que los cuerpos de policía de los distintos países -generalmente infradotados, con escaso personal y bastante desmotivación- estén alerta las 24 horas de los 365 días del año. Sobre todo porque también tienen que dedicarse a ladrones, violadores, asesinos y otras gentes de mal vivir. Ni siquiera la existencia de brigadas específicas es suficiente.
Pero, ¿por qué los gobiernos hacen pagar siempre a los ciudadanos? He aquí nuestra primera gran derrota ante el Terror.
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