El escándalo Enron está haciendo un flaco favor a una buena cantidad de empresas, que están viendo como la SEC (Securities and Exchange Commision), encargada de velar por la transparencia del mercado, enfoca sus lentes para escudriñar su contabilidad.
Después de la debacle de Enron, Global Crossing declaró la mayor bancarrota de una compañía de telecomunicaciones, tras la que la SEC se lanzó para averiguar si sus números eran reales. Hoy mismo, The House Energy and Commerce Committee ha iniciado una investigación sobre sus prácticas contables, porque existen indicios de que detrás del polvo de la quiebra se esconden transacciones fraudulentas para inflar ingresos y mentiras a los inversores sobre las finanzas de la compañía.
Las crecientes sospechas sobre irregularidades contables alcanzaron a Qwest y luego a WorldCom, la segunda teleco de larga distancia de Estados Unidos (por detrás de AT&T), sobre la que la SEC ha abierto una investigación. Sea o no inocente (así se declara la compañía), ayer recibió un tremendo varapalo en bolsa, desplomándose hasta un 20% al conocerse la noticia y perdiendo al cierre un 12%. Hoy, a un par de horas del cierre del Nasdaq, sus títulos caen más de 6%.
Las autoridades indagan en las prácticas de una compañía que en 15 años pasó de ser una completa desconocida a convertirse en coloso de la comunicación, tras devorar a docenas de compañías gracias al peso de sus acciones. Con la compra de MCI Communications, se convirtió en un gigante por cuyos backbones (redes troncales) pasa buena parte del tráfico de Internet.
La SEC, además de supervisar la limpieza de la auditoria de sus cuentas (realizada por Andersen, la misma que empresa que auditaba a Enron), quiere saber también que hay detrás de los multimillonarios préstamos a los directivos de la empresa. Bernard Ebbers, CEO de WorlCom desde 1985, recibió un préstamo de 198,7 millones de dólares de compañía, después de que la caída del valor de las acciones de la teleco le pusiese contra las cuerdas, y le obligase a deshacerse de algunas posesiones -entre ellas, este cowboy se tuvo que desprender de su rancho canadiense de 66.000 hectáreas, uno de los mayores del país- para afrontar pagos de 375 millones de dólares.
- Más en The New York Times
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