En las últimas horas, Samsung ha decidido poner fin a la triste situación de su último lanzamiento en telefonía móvil. El Galaxy Note 7 ya es historia. Una historia que supondrá una losa para la que era (es todavía) la compañía más puntera en el mundo Android.
La fabrica coreana ha superado con creces el nivel de desastre. Las alertas llevan sonando desde el lanzamiento del Note 7 en los primeros países. Los teléfonos comenzaron a explotar sin ton ni son. Los usuarios, incrédulos, no daban crédito a lo que estaba sucediendo. Los que tenían el terminal reservado empezaban además a mirar otras opciones. Mientras, Apple presentaba al mundo su flamante iPhone 7 con una sonrisa en la cara.
Samsung reaccionó. O esa impresión daba. El fabricante creó un programa de reemplazo en el que cambiaba de manera gratuita a sus clientes los terminales afectados, con un icono de la batería en verde garantizando la seguridad de los usuarios: sus móviles no iban a explorarles en la mano. El resultado fue otra catástrofe.
Si ya es grave que una compañía como Samsung cree un terminal inestable y que pueda perjudicar la integridad física de los clientes, lo es mucho más que su banco de pruebas no haya sido capaz de encontrar el problema al segundo intento y convertir la solución en un nuevo quebradero de cabeza. Quizá algún día se sepa lo ocurrido, pero Samsung no se puede permitir el lujo de destrozar su imagen de esta manera. ¿Seguirán los clientes confiando en la marca?
La multinacional terminará por recuperarse. Ya ha comenzado a forzar la maquinaria y se está empezando a filtrar material de Galaxy S8 para tapar el bochornoso caso. Pero es tan grande que tan solo supondrá una piedra en su camino y saldrá adelante. No obstante, Samsung, toma nota, porque otro tropezón así supondría el mayor desastre ocurrido en la historia de la telefonía móvil. De esa sí que no se recuperarían.
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